Julio Burdman - Director asociado de Analytica Consultora
La muerte es más triste cuando llega antes de tiempo. Y Hugo Chávez, un hombre de gran vitalidad, fue consumido por una dolorosa enfermedad. El cuerpo lo traicionó justo a quien, como Perón, se jactaba de ser inmune al cansancio. En Caracas y en sus giras por el mundo, mantenía reuniones de trabajo hasta el amanecer; hay quienes alguna vez tuvieron que hacer tiempo varias durante horas después de la cena porque el presidente les había agendado una audiencia a las 3 de la mañana. Esa energía fuera de lo común que desplegaba Chávez fue una de las claves de su liderazgo internacional. Venezuela es un país mediano dentro de la América del Sur, y uno pequeño a escala planetaria, cuyo mundo exterior pasaba en un 90% por Colombia y Estados Unidos. Y Chávez, enfrentado con el Washington de George W. Bush y la Bogotá de Alvaro Uribe, salió al mundo en busca de nuevos amigos. Como gobernante de un país petrolero, que multiplicó sus reservas durante su era, selló alianzas en Medio Oriente, África del Norte, China y el espacio post-soviético. Pero su poderío personal se construyó en el campo ideológico-mediático: como referente del antinorteamericanismo, se convirtió en un héroe de la izquierda global. Nunca hubo un venezolano tan conocido a nivel mundial como Chávez. Por todo lo anterior, cuesta imaginar en un reemplazo de Chávez, tanto dentro como fuera de Venezuela.
Esa sola pregunta, tan frecuente por estos días, pone de relieve la magnitud de la ausencia. Chávez fue la respuesta al desmoronamiento del sistema político venezolano, a la crisis del liberalismo económico, a la confrontación bifronte con Bush y Uribe, al fenómeno mundial del antinorteamericanismo (y antibushismo), y al auge de la demanda petrolera. Una irrepetible confluencia de factores, encarnada por un líder carismático y afortunado. Rafael Correa y Cristina Fernández de Kirchner, además de presidir otros países con otras realidades, son productos de una época ya posterior a la de Chávez. No hubo ni tiempo ni espacio para formar a un sucesor. Chávez nominó a Nicolás Maduro.
Y el actual mandatario interino, que seguramente será el candidato del PSUV a la presidencia en la elección que se realizarán dentro de un mes, va a sostenerse en el recuerdo y la imagen de su mentor como fuente de legitimación política. Un dato interesante, en ese sentido, son las acusaciones a los Estados Unidos y la expulsión de dos funcionarios de la embajada norteamericana. El último Chávez había atemperado su política internacional: reconstruyó la alianza con Colombia, morigeró la retórica antinorteamericana desde la asunción de Barak Obama, e hizo del ingreso al Mercosur una prioridad diplomática. La acusación de Maduro luce como un homenaje al primer Chávez, el que más conocemos.
Sin Chávez, se pondrá a prueba la fuerza programática del chavismo. En el pasado, el apoyo a las políticas distribucionistas del oficialismo demostró ser tan fuerte como el respaldo personal a Chávez. El chavismo ganó una docena de elecciones de diferente tipo y niveles de distrito -presidenciales, legislativas, regionales, municipales, referendos-, lo que indica que sus votos no dependían de su candidatura. El poco tiempo transcurrido desde las elecciones de octubre, y el poco tiempo que transcurrirá hasta las elecciones presidenciales, sugieren que no hay motivos para que cambie el balance electoral y auguran un triunfo importante de Maduro.